viernes, 18 de marzo de 2011

Guia de Orientacion Etica Profesional Unidad 4

UNIDAD 4: ÉTICA PROFESIONAL EN ADMINISTRACIÓN Y GESTIÓN MUNICIPAL.
Problemas morales a nivel profesional.
En este mundo organizacional, caracterizado por una competencia desmedida y por crecientes limitaciones económicas, se está haciendo cada vez más común que profesionales de todas las ramas y de todos los estratos sociales se sientan presionados a realizar trabajos mediocres, que violen las reglas y que se involucren en prácticas dudosas.
No es nada extraño, en estos tiempos, que profesionales de cualquier empresa cometan actividades ilegales en beneficio propio o de la empresa en que trabajan. Esto nos deja claramente el que podamos percibir que la barrera entre lo correcto y lo incorrecto se haga cada vez más invisible.
Todo esto nos lleva a afirmar que realmente sí existe una profunda crisis moral en el ejercicio de la Ingeniería Industrial y de todas las carreras u oficios. La competencia malsana, el afán desmedido de lucro y de alcanzar un mejor nivel de vida, son factores que han llevado a muchos profesionales a ejercer “la carrera de la corrupción profesional” a nivel empresarial.
Principios éticos fundamentales.
Los filósofos han intentado determinar la bondad en la conducta de acuerdo con dos principios fundamentales y han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto. El primero implica un valor final o summum bonum, deseable en sí mismo y no sólo como un medio para alcanzar un fin. En la historia de la ética hay tres modelos de conducta principales, cada uno de los cuales ha sido propuesto por varios grupos o individuos como el bien más elevado: la felicidad o placer; el deber, la virtud o la obligación y la perfección, el más completo desarrollo de las potencialidades humanas. Dependiendo del marco social, la autoridad invocada para una buena conducta es la voluntad de una deidad, el modelo de la naturaleza o el dominio de la razón. Cuando la voluntad de una deidad es la autoridad, la obediencia a los mandamientos divinos o a los textos bíblicos supone la pauta de conducta aceptada. Si el modelo de autoridad es la naturaleza, la pauta es la conformidad con las cualidades atribuidas a la naturaleza humana. Cuando rige la razón, se espera que la conducta moral resulte del pensamiento racional.
Deberes fundamentales del profesional
Si bien es cierto que “cuando no se distingue, se confunde”, también es cierto que a fuerza de mucho distinguir nos enredamos. Frecuentemente recordamos a nuestros alumnos que la distinción de las ideas no implica necesariamente división, parcelación o desintegración de una realidad.
La realidad se analiza y se va desmenuzando con el escalpelo de la inteligencia, que rotula y clasifica con ideas cada uno de sus descubrimientos, sin olvidarse de la unidad esencial de la realidad, y sin confundirla con la variedad de los puntos de vista subjetivos.
Así el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de usar de su libertad de un modo determinado”.
En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas que no son suficientes para crear un deber. (Tales son las reglas gramaticales, artísticas o técnicas).
Pero dondequiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por cuanto todo, deber tiene carácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria implica responsabilidad.
El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de “deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes vocacionales. “El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias concretas del bien común.
Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una mentalidad desdoblada y estrófica que se despreocupa de los deberes pudieran despojarse de su carácter de moralidad obligatoriedad y gravedad. Y así la sociedad soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas las situaciones que provengan de esa misma naturaleza.
Es más, la profesión no solamente no constituye un área neutral para la conciencia; sino que, por el contrario, al paso que es capaz de potenciar y densificar los deberes comunes del hombre y del ciudadano (por sus mayores conocimientos e influencia), humanos, y de convertir en “preciso y exclusivo” el deber, y la responsabilidad de resolverlos. Frente a los grandes problemas humanos se alinean dos grandes grupos de salvamento: el de los técnicos y el de los intelectuales.
Hay quienes prefieren la distinción de teóricos y prácticos, que es evidentemente más precisa y genérica; o la otra de “los que piensan” y “los que realizan”. No creemos ocioso puntualizar un poco las ideas, dándoles el relieve que se merecen.
A) Lejos de ser términos que se opongan, se completan mutuamente; dándole a la intervención profesional, en cualquier campo, la categoría indiscutible de la calidad y superioridad. Todo trabajo humano debe estar precedido más o menos explícitamente, en tiempo e intensidad, por el trabajo intelectual. Sólo que hay profesionistas con más aptitudes y aficiones para la actividad ejecutiva, material o burocrática, que para la otra actividad eminentemente creadora de la inteligencia.
B) Todo trabajo es un compromiso que grava la libertad con una dosis de deber proporcional al carácter de la actividad. En el trabajo manual, por ejemplo, y generalmente en todo trabajo ejecutivo, el compromiso es con la idea directriz que es menester ejecutar. (Burócrata es el que ejecuta su trabajo sin tener en cuenta nada más que la “directriz”; aunque no está escrito que no pueda ser capaz de cambiar ventajosamente las “directrices”.)
En el trabajo intelectual, por el contrario, se amarra el compromiso directa o indirectamente, con el bien común; con su representante, que es el Poder Público, o con su beneficiario que es la Colectividad y cada uno de los ciudadanos, o con la propia realidad concreta del bien común, consiste en bienes y necesidades que se presentan al profesionista con la invariable modalidad de problemas para resolver.
Modesta, pero firmemente, sostenemos que un profesionista universitario no puede declinar este compromiso. La lucidez mental tan cotizada en los ambientes universitarios e intelectuales, si solamente abre los espíritus a las perspectivas utilitarias y retributivas del trabajo; si pierde la limpidez que hace del trabajo intelectual una virtud más humilde y difícil, por ser más heroica y menos popular, deja de ser instrumento de elevación y de cultura para convertirse en conspiración contra el bien común y descrédito de la Universidad.
Es evidente que no todos los profesionistas han de ser investigadores o pensadores consagrados a la revisión atenta y constante de los métodos científicos; pero jamás puede renunciar un profesionista universitario a que su trabajo tenga la nota relevante de la “competencia intelectual”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario